Otra vez la tierra

Yo tampoco sé nunca por qué me maravillas.

Te voy mirando y siento que mis ojos son húmedas semillas transparentes,
que dentro de ellos duerme tu silencio más grávido
y pares la granada de candor del rocío.

A veces tiendes desde tu vientre mineral más oscuro
el ademán sonámbulo invisible del imán, mano de tu memoria, y me acaricias.
Entonces cuento a todos que tú me has recordado,
que en mi barba se mueve tu corazón como un humo levísimo
y como un sueño que anda me fundo en el crepúsculo.

Me quedo viéndote lagrimear añares en la iguana,
crecer desde su cáscara de ananá madurando
y es como si sintiera moverse entre mis manos
amarillenta y vieja y melancólica la yema del otoño.

Hay noches en que el hombre vaciándose en un grito
parte como con sangre medio a medio tu monte.
Entonces te posee entre los griteríos de los pájaros,
llena de sed la boca, el pelo de hojarasca estrujada,
sorbiéndote la piel hasta endulzarse entero.

Lejos, entre en viento y la escoria cariada de la piedra, en La Poma,
te ablandas en la lana leve de los pastores.
Yo les hablo escarbando lo que callan. Les digo que te olviden
y ellos desde sus calles solas miran enmudecidos
el pedregal que cavan las uñas de sus muertos.

Otros días estallas en sus pechos cantando,
los mojas con tu savia golpeándolos con flores coloradas,
los paras en la danza con que te enguirnalda su alegría,
te hacen enternecer y te enamoran
hasta que yacen todos embriagados.

Tú, dormida,
los amamantas como a tu primer hijo, todavía.


Nunca sabré por qué me maravillas.

Manuel J. Castilla

Kundera ~ The unbereable lightness of being

(…) De la confusa mezcla de estas ocurrencias, crece ante Teresa una idea blasfema de la que no puede librarse: el amor que la une a Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. Mejor, no mayor. Teresa no quiere culpar a Tomás ni culparse a sí misma, no pretende afirmar que pudieran quererse más. pero le da la impresión de que la pareja humana está hecha de tal manera que su amor es a priori de peor clase de la que puede ser (al menos en su caso, que es el mejor) el amor entre una persona y un perro, esa extravagancia en la historia del hombre, probablemente no planeada por el Creador.
Es un amor desinteresado: Teresa no quiere nada de Karenin. Ni siquiera le pide amor. Jamás se ha planteado los interrogantes que torturan a las parejas humanas ¿me ama?, ¿ha amado a alguien más que a mí?, ¿me ama más de lo que yo le amo a él? Es posible que todas estas preguntas que inquieren acerca del amor, que lo miden, lo analizan, lo investigan, lo interrogan, también lo destruyan antes de que pueda germinar. Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el otro nos dé algo (amor) en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer sólo su mera presencia.

Y algo más: Teresa aceptó a Karenin tal como era, no pretendía transformarlo a su imagen y semejanza, estaba de antemano de acuerdo con su mundo canino, no pretendía quitárselo, no tenía celos de sus aventuras secretas. No lo educó porque quisiera transformarlo (como quiere el hombre transformar a su mujer y la mujer a su hombre), sino para enseñarle un idioma elemental que hiciera posible la comprensión y la vida en común. (…)