Tomate el palo




Miss Bolivia
Leo García

Para vos, gato
Al final yo tenia razón, me decias mentiras mi amor.
Me zarpaste bien el corazón
y ahora lloro y me duele un monton.
Simulaste una separación
y a ella la llevaste a nuestra habitación,
la besaste junto a nuestra foto de Europa
y le diste masa en mi colchón.

Y ahora las mañanas ya no son las mañanas
ya no tienes mi presencia que sana.
Me buscas, me escribes por Facebook, me llamas
Me parece a mi o te quedo fría la cama?
Que garrón, te fuiste de mi casa sin pedir perdón
Ahora mis amigos te dicen traidor porque me rompiste el corazón

Y ahora queres volver
Pero tomate el palo, y ahora tomatelo
Y ahora tomate el palo, y ahora tomatelo.
Y que Dios te bendiga, y yo te digo adiós
A la gilada ni cabida mi vida ahora decido yo.

A mi corazón le pusiste tierra
Con tus mentiras me hiciste mierda
Y tengo esta herida que sangra y no cierra y no se que hacer.
Decime algo Leo

Hola, mejor que mala acompañada sola,
Afuera hay veinte pibas haciendo cola
Si yo fuera vos les daría bola
Vamos a menear la rola
Y digo que la tienes que dejar
Si no te supo respetar
Pero no tienes que olvidar
Que hay amor del bueno y que esta por llegar
(suéltalo)
El dolor no funciona
(suéltalo)
Liberate y perdona
(suéltalo)
Hay que limpiar la zona
Para volver a nacer otra vez.

Y ahora tomate el palo y ahora tomatelo
Y ahora tomate el palo, y ahora tomatelo.
Y que Dios te bendiga, y yo te digo adiós
A la gilada ni cabida mi vida ahora decido yo.
Tomate el palo, tomate un avión, tomate un taxi tomate un camión
A Bahía Blanca, La Plata o Morón
yo sigo tranca y vos que papelón.

Al final yo tenia razón (...)

Y ahora tomate el palo y ahora tomatelo
Y ahora tomate el palo, y ahora tomatelo.
Y que Dios te bendiga, y yo te digo adiós
A la gilada ni cabida mi vida ahora decido yo.

Y ahora tomate el palo y ahora tomatelo
Y ahora tomate el palo, y ahora tomatelo.
Y que Dios te bendiga, y yo te digo adiós
A la gilada ni cabida mi vida ahora decido yo.
Que paso? Te re cabió.

Amor

Amor y compasión son dos términos muy ambiguos; podemos interpretarlos de muchas maneras. Generalmente, en nuestras vidas nos acercamos a las cosas con una actitud codiciosa, tratamos de aferrarnos a diversas situaciones para lograr seguridad propia. Puede que veamos a alguien como nuestro bebé, o podría ser que quisiéramos considerarnos a nosotros mismos como niños indefensos y quisiéramos meternos en el regazo de otro. Este regazo podría pertenecer a una persona, a una organización, a la comunidad, al maestro, a alguna figura paterna. Las llamadas “relaciones de amor” usualmente toman una de estas dos formas. O nos están alimentando o alimentamos a otros. Éstas son formas falsas, torcidas, del amor y la compasión. El deseo de comulgar –el que queramos “pertenecer”, ser el niño de alguien, o que queramos que otros sean nuestros niños- es un instinto que parecer ser poderosísimo. Un individuo o una organización o institución o cualquier cosa puede convertirse en nuestro bebé; lo meceríamos en nuestros brazos, le daríamos de beber leche, lo estimularíamos en su crecimiento. O podría ser que la organización fuese la gran madre que nos alimenta continuamente. Sin nuestra “madre” no podemos existir, no podemos sobrevivir. Estas dos formas de manifestación pueden aplicarse a cualquier energía vital que tenga la capacidad de entretenernos. Esta energía puede ser tan sencilla como una amistad casual o como una actividad excitante que quisiéramos llevar a cabo, y puede ser tan complicada como el matrimonio o el escoger una carrera. Queremos manejar la excitación a nuestro gusto o queremos ser parte de ella.
Sin embargo, hay otro tipo de amor y compasión, una tercera manera: no ser otra cosa de lo que uno es. Uno no se reduce al nivel de un niño ni exige que otra persona corra a cobijarse en nuestro regazo. Uno es simplemente lo que es, en el mundo, en la vida. Si uno puede ser lo que es, las situaciones  externas serán lo que son, automáticamente. Entonces, uno se puede comunicar directa y exactamente,  sin abandonarse a ningún tipo de interpretación emocional o filosófica o psicológica. Esta tercera manera de ser compasivo es un estilo equilibrado de apertura y comunicación, el cual automáticamente crea un espacio tremendo, espacio para el crecimiento creativo, espacio en el que se pueda bailar y pueda haber intercambio.
Compasión significa no jugar el juego de la hipocresía y el autoengaño. Por ejemplo, si queremos algo de alguien y le decimos “te amo”, a menudo lo que esperamos es llegar a convencerlo de que se pase a nuestro territorio, a nuestro lado. Este tipo de amor proselitista tiene serias limitaciones. “¡Deberías amarme, aunque me odies; porque yo estoy lleno de amor, ebrio de amor, estoy completamente embriagado!” ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente que la otra persona debería entrar resueltamente en nuestro territorio, porque decimos que la amamos, que no le vamos a hacer daño. Esto es muy dudoso. Ninguna persona inteligente se va dejar seducir con este truco. “Si de veras me quieres como soy, ¿por qué me pides que entre en tu territorio? ¿por qué esta cuestión del territorio y estas exigencias? ¿qué esperas de mí? Si accedo a entrar en tu territorio de “amor”, ¿cómo puedo saber que no me vas a dominar, que no vas a crear una situación claustrofóbica con tus exigencias opresivas de amor?” mientras el amor traiga consigo alguna exigencia territorial, los demás sospecharán de esta actitud “amorosa” y “compasiva”. ¿Cómo podemos asegurarnos de que el banquete que se nos sirve no ha sido emponzoñado? ¿es esta apertura la de una persona egocéntrica o es verdadera apertura total?

La característica fundamental de la compasión verdadera es la apertura pura e intrépida que no tiene limitaciones territoriales. No hace falta ser amoroso y bondadoso con el prójimo, no hace falta hablar con palabras dulces y mostrar una sonrisa amable. Este jueguito no viene al caso cuando se trata de compasión verdadera. De hecho, resultaría embarazoso. La apertura verdadera tiene lugar a una escala mucho mayor,  una escala radicalmente grande y abierta, una escala universal. La compasión debe significar para uno el ser tan adulto como se pueda mientras se mantiene una actitud de niño. En las enseñanzas budistas el símbolo de la compasión es la luna que brilla en el cielo y se refleja en cien tazas de agua. La luna no exige: “si te abres a mí, te haré un favor y brillaré dentro de ti”. La luna meramente brilla. Lo importante no es el querer beneficiar o hacer feliz a alguien. No hay un auditorio. No hay “yo” ni “ellos”. Se trata de un regalo abierto, generosidad cabal sin los conceptos relativos de dar y recibir. Esta es la apertura básica de la compasión: abrirse sin exigir. No ser otra cosa que lo que uno es, ser el amo de la situación (…)

Chögyam Trungpa Rimpoché
Más allá del materialismo espiritual

El hambre - Juan José Manauta

Ah;
me olvidaba del hambre.

No me hubiera olvidado quizá de esa gran regidora
si no anduviera junta
con el día y la brisa, con el hombre y sus nubes,
con los atardeceres, mañanas, medios días.
No me hubiera olvidado del hambre si no fuera, quizá,
también la de los árboles
que arraigan en el llano,
si no fuera de pájaros y constelaciones,
el hambre de los peces que remontan el río.

Me olvidaba tal vez porque la luna
gira en el hambre de la escarcha y gira
para el grano aventado.
No me hubiera olvidado
si el hambre no anduviera, junto a los picaflores,
balando en los corderos de septiembre.
No me hubiera olvidado del hambre si no fuera
la de un recién nacido.

Y así olvidaba el hambre
de los seres oscuros de mi tierra.

La suya es como el hambre
del río que se dirige el mar,
o el hambre de los vientos de marzo
que traen la lluvia para el trigo.

Me olvidaba del hambre,
y el hambre yace muerto sobre las tierras blancas
y en las cosechadoras
apagadas, y enmohecidas.

La suya es como el hambre de las cosas viajeras:
golondrinas que vuelven, camalotes
con collares de luz;
y, bajo talas, ñandubays y algarrobos,
y ras de las serpientes.

Puedo decir, del hambre, junto al niño harapiento,
y en la palabra caben los pastores de imágenes,
el ministerio de la rosa, el héroe.
Puedo decir, del hambre, junto al abandonado,
y en la palabra caben
los hombres que han arado y los caballos
que han vuelto con fatiga
y abrevan al atardecer.

El hambre de los míos es el hambre
que proviene desde la tierra vieja,
maternal y asesina,
jugosa y obediente.

¿Y entonces si los ríos concluyen en el mar,
Y si los picaflores hallan la miel
Y a las estrellas retornan cada noche;
por qué, si el día redondo, brillante,
calienta las cosechas;
por qué si las crecientes
vienen y van,
trayendo el limo pesado desde el norte;
por qué, si entre las hojas
un rayo azul asoma y emparente los pólenes;
por qué me había olvidado del hambre;

por qué me había olvidado del hambre de los míos?