plástica realidad

En la misma línea, a pesar de abarcar un período de tiempo más corto (unos meses en lugar de veinte años), otro amigo, R., me habló de cierto libro inencontrable que había estado intentando localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde paseaba por la ciudad, tomó un atajo a través de la Grand Central Station, subió la escalera que lleva a Vandelbilt Avenue, y descubrió una joven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que él había estado intentando localizar tan desesperadamente.
Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar.
-Lo crea o no –le dijo a la joven-, he buscado ese libro por todas parte.
-Es estupendo –respondió la joven-. Acabo de terminar de leerlo.
-¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? –preguntó R.-. No puedo decirle cuánto significaría para mí.
-Éste es suyo –respondió la mujer.
-Pero es suyo –dijo R.
-Era mío –dijo la mujer-, pero ya lo he acabado. He venido hoy aquí para dárselo.

Paul Auster

El cuaderno rojo

Fue feliz.

-Uno puede comprarse vestidos o cuadros -dijo-. Eso es todo. Hay que ser riquísimo para permitirse ambas cosas a la vez. Dele poca importancia al vestir y no le dé ninguna a la moda, cómprese vestidos cómodos y que duren, y con lo ahorrado en vestir podrá comprar cuadros.
-Pero es que aunque no me compre otro traje en mi vida -dije-, nunca tendré dinero para comprar los Picassos que quisiera.
-No, claro. No está a su alcance. Usted tiene que comprar a pintores de su edad, a chicos de su quinta. Ya les conocerá. Se encontrarán por el barrio. Siempre salen nuevos pintores serios y buenos. Pero lo que importa no son los trajes que usted pueda comprarse. Se tratará siempre de su esposa. Vestir a una mujer es lo que sale caro.
E.Hemingway
París era una fiesta.

felicidad

-Sí, por eso creo que ahora mismo soy feliz -dije.
La sensación de no ver el final del túnel todavía no se había disipado. En esos días, yo tenía que contentarme con el presente, porque temía que, si apartaba la mirada de él, la pena me embargaría, y, sin embargo, precisamente eso contribuía a ese extraño estado de felicidad. Me había dado cuenta de que todo lo que veía me entristecía, pero el mundo visto a través de aquella tristeza aguda me parecía nítido.

Banana Yoshimoto
Recuerdos de un callejón sin salida.

"...un camino que sigue por nuevas sendas..."

Cuando todo parece caerse,
cuando el cansancio te agota aún más de lo que creías posible,
cuando nada parece lo que creías que era,
cuando la tristeza asoma por la ventana de tus ojos
sin que puedas esconderla,
la vulnerabilidad llega y te abraza
y también es ella la que te dice

“aquí sigues conmigo
como de costumbre
aprendiendo de mi,
andando camino
y sabiendo que soy
mi mismo reverso,
aquello que labras a través de mi,
la confianza.

No hace falta que huyas de mi
acompáñame amablemente
y podrás ver que la tierra
que sientes perder bajo tus pies
no es más que un camino que sigue
por nuevas sendas
y un camino donde conocer
nuevos colores de mi reverso”

Alexandra Farbiarz Mas

...

Cuando te vea por primera vez
pienso estar atenta
al santo y seña de tus manos
pero sobre todo al timbre de tu voz
un ruido sordo que me deje saber
si lo que decís lo dice tu organismo
o es otro y otro y otro y otro también
el eco que tengo que transitar
cuando lo que quiero es ir derecho viejo
por el camino más corto
hasta lo que vos digas.



Tamara Kamenszain en Solos y solas, Ed. Lumen (2005)

parecido al yoga

-Baila –dijo el hombre carnero-. No dejes de bailar mientras suena la música. ¿Lo entiendes? Baila. No dejes de bailar. No pienses por qué lo haces. No le des vueltas ni le busques significados. En realidad no significa nada. Si te pones a pensar las piernas se detienen. Y si eso sucediera, servidor no podría hacer nada para ayudarte. Tu conexión desaparecería. Para siempre. Entonces ya sólo podrías vivir en este mundo. Te verías arrastrado desde aquel mundo hasta este mundo. Así que no permitas que tus piernas se detengan. Por muy ridículo que te parezca, no dejes de bailar. Lograrás que lo que ya está endurecido empiece a distenderse. Todavía deberías estar a tiempo. Utiliza todos tus recursos. Echa el resto. No tienes nada que temer. Estás cansado, lo sé. Cansado y asustado. A todos nos sucede. A veces sentimos que todo es un gran error. Y entonces las piernas se detienen.
Alcé la miradas y observé la sombra proyectada en la pared.

-Pero no queda más remedio que bailar –prosiguió el hombre carnero-. Y hacerlo lo mejor que puedas. Deslumbrando a todos. Si lo haces así, quizá pueda ayudarte. Así que baila, baila mientras no cese la música.

Hariku Murakami
Baila, baila, baila.

derroche (Murakami, en Baila, baila, baila)

Como no había desayunado, antes de las doce fui al vagón restaurante y almorcé. Comí una tortilla francesa acompañada de una cerveza. Frente a mí se había sentado un hombre de unos cincuenta años, trajeado y con corbata, que bebía, cómo no, una cerveza y comía un sándwich de jamón. Tenía pinta de ingeniero y, de hecho, lo era. Se dirigió a mí y se presentó como ingeniero encargado del mantenimiento de aeronaves en la Fuerzas Armadas de Autodefensa. Luego me dio una clase sobre las incursiones de bombarderos y cazas soviéticos en el espacio aéreo nipón. La ilegalidad de esas violaciones del espacio aéreo parecía traerle sin cuidado. Lo que sí le preocupada, en cambio, era la autonomía del F-4 Phantom. Me explicó cuánto consumía en un despegue de emergencia. Era un derroche de combustible, dijo. “Si los fabricara una empresa de aeronáutica japonesa, saldrían mucho más económicos. Nosotros podríamos fabricar un caza más económico y con las mismas prestaciones”.

Entonces yo le dije que, en la sociedad capitalista, el derroche es la mayor virtud. Comprándole cazas Phantom a Estados Unidos y despilfarrando combustible con despegues de emergencia, Japón contribuía al aceleramiento de la economía mundial, lo cual a su vez provocaba un crecimiento del capitalismo. Si se dejase de derrochar de golpe, se produciría una Gran Depresión y la economía mundial se iría a pique. Añadí que el derroche era el combustible de las contradicciones, que las contradicciones revitalizaban la economía y que esa revitalización producía aún más derroche.

Tras reflexionar unos instantes, el hombre me contestó que quizá tuviera razón, pero que debido a que de pequeño había vivido la guerra y la consiguiente extrema escasez, le costaba figurarse una imagen real del funcionamiento de la sociedad actual.

Armonía y tranquilidad (Murakami otra vez)

Sacó otro cigarrillo, lo encendió, le dio una calada y lo dejó en el cenicero. Imaginé que se olvidaría de él, y eso fue lo que pasó. Me sorprendió que nunca hubiera provocado un incendio. Ahora comprendía lo que Makimura quiso decir cuando me explicó que vivir con ella había desgastado su vida y su talento. Ame era de esas personas que no daban, no ofrecían. Todo lo contrario: necesitaba ir tomando algo de cada persona que la rodeaba. Sin embargo la gente no podía evitar ser generosa con ella. Y es que su talento tenía una poderosa capacidad de absorción. Y ella se creía con derecho a comportarse así. Armonía y tranquilidad: todo el mundo debía esforzarse para que ella las alcanzara.

Haruki Murakami
Baila, baila, baila.