parecido al yoga

-Baila –dijo el hombre carnero-. No dejes de bailar mientras suena la música. ¿Lo entiendes? Baila. No dejes de bailar. No pienses por qué lo haces. No le des vueltas ni le busques significados. En realidad no significa nada. Si te pones a pensar las piernas se detienen. Y si eso sucediera, servidor no podría hacer nada para ayudarte. Tu conexión desaparecería. Para siempre. Entonces ya sólo podrías vivir en este mundo. Te verías arrastrado desde aquel mundo hasta este mundo. Así que no permitas que tus piernas se detengan. Por muy ridículo que te parezca, no dejes de bailar. Lograrás que lo que ya está endurecido empiece a distenderse. Todavía deberías estar a tiempo. Utiliza todos tus recursos. Echa el resto. No tienes nada que temer. Estás cansado, lo sé. Cansado y asustado. A todos nos sucede. A veces sentimos que todo es un gran error. Y entonces las piernas se detienen.
Alcé la miradas y observé la sombra proyectada en la pared.

-Pero no queda más remedio que bailar –prosiguió el hombre carnero-. Y hacerlo lo mejor que puedas. Deslumbrando a todos. Si lo haces así, quizá pueda ayudarte. Así que baila, baila mientras no cese la música.

Hariku Murakami
Baila, baila, baila.

derroche (Murakami, en Baila, baila, baila)

Como no había desayunado, antes de las doce fui al vagón restaurante y almorcé. Comí una tortilla francesa acompañada de una cerveza. Frente a mí se había sentado un hombre de unos cincuenta años, trajeado y con corbata, que bebía, cómo no, una cerveza y comía un sándwich de jamón. Tenía pinta de ingeniero y, de hecho, lo era. Se dirigió a mí y se presentó como ingeniero encargado del mantenimiento de aeronaves en la Fuerzas Armadas de Autodefensa. Luego me dio una clase sobre las incursiones de bombarderos y cazas soviéticos en el espacio aéreo nipón. La ilegalidad de esas violaciones del espacio aéreo parecía traerle sin cuidado. Lo que sí le preocupada, en cambio, era la autonomía del F-4 Phantom. Me explicó cuánto consumía en un despegue de emergencia. Era un derroche de combustible, dijo. “Si los fabricara una empresa de aeronáutica japonesa, saldrían mucho más económicos. Nosotros podríamos fabricar un caza más económico y con las mismas prestaciones”.

Entonces yo le dije que, en la sociedad capitalista, el derroche es la mayor virtud. Comprándole cazas Phantom a Estados Unidos y despilfarrando combustible con despegues de emergencia, Japón contribuía al aceleramiento de la economía mundial, lo cual a su vez provocaba un crecimiento del capitalismo. Si se dejase de derrochar de golpe, se produciría una Gran Depresión y la economía mundial se iría a pique. Añadí que el derroche era el combustible de las contradicciones, que las contradicciones revitalizaban la economía y que esa revitalización producía aún más derroche.

Tras reflexionar unos instantes, el hombre me contestó que quizá tuviera razón, pero que debido a que de pequeño había vivido la guerra y la consiguiente extrema escasez, le costaba figurarse una imagen real del funcionamiento de la sociedad actual.

Armonía y tranquilidad (Murakami otra vez)

Sacó otro cigarrillo, lo encendió, le dio una calada y lo dejó en el cenicero. Imaginé que se olvidaría de él, y eso fue lo que pasó. Me sorprendió que nunca hubiera provocado un incendio. Ahora comprendía lo que Makimura quiso decir cuando me explicó que vivir con ella había desgastado su vida y su talento. Ame era de esas personas que no daban, no ofrecían. Todo lo contrario: necesitaba ir tomando algo de cada persona que la rodeaba. Sin embargo la gente no podía evitar ser generosa con ella. Y es que su talento tenía una poderosa capacidad de absorción. Y ella se creía con derecho a comportarse así. Armonía y tranquilidad: todo el mundo debía esforzarse para que ella las alcanzara.

Haruki Murakami
Baila, baila, baila.