Viviendo allí
(en la casa de mi abuela)
Te penetramos como a una casa
agitando
las cortinas blancas.
En la cocina
con su antiguo aroma a guiso de carne,
entre las latas de té,
los armarios con olor a lavanda
e hileras apiladas de jabón rosado,
cajas de algodón en rama
y bordados inacabados,
dijimos
cómo nos gustaría ser habitados
después de muertos.
Luego empezamos a tomar tu lugar,
filtrándonos como agua de roca,
cambiando tu viejo orden,
defendiéndonos
con nuestros propios olores.
(Me serví café exprés
con tu cafetera.
Colgué cortinas negras
en tu cuarto de baño.)
A veces,
regresando inesperadamente a casa
te descubrí,
tu mejilla tan suave como hojas de sauce,
sacudiendo la cabeza,
negando
el cáncer que te devoraba.
Conocía
tu fantasma como a mi propio deseo
y no estaba asustada,
pero tú
no quisiste quedarte.
Ahora, defendidos por nuestros muros de libros,
cuadros que no hubieras aprobado
y comidas que no hubieras probado,
nos encontramos
finalmente solos.
Ayer
visitamos tu tumba.
Estabas toda allí.
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