Y ahora, nuevamente, este diálogo que no tuvo comienzo:
nacido dulcemente como las auroras en las altas cumbres;
hondo como el silencio de los cielos estrellados;
fluyente como el agua; acongojado como el dolor; eterno como
la vida;
dulce como esas ternuras profundas que las gentes se empeñan
en cultivar calladas.
Nuestro diálogo es de sien a sien; de semilla a flor;
está construido con la arquitectura de los árboles,
con su misteriosa savia que transita bajo la alegría del
sol.
Tiene la impaciente sed que aplacan las lluvias cayendo, sin
cesar, sobre los campos,
día a día, tarde a tarde, miedo a miedo,
como la angustia, como el dolor, como la muerte.
Te quiero porque ignoro cómo pudiste venir o cómo te has
ido;
porque estuviste a mi lado de improviso, como un sueño
entrevisto por muchísimos días;
porque te puedo inventar, sin que lo sepas, con una raza
impalpable y nueva.
Descansas hermética en tu cielo imposible y perfecto,
sobre tenues países de corolas y frondas de perfumes que
decoran tus cabellos,
donde las hojas se levantan y crujen y se entremezclan con
las aves,
donde las alas y los ángeles componen una música recatada y
secreta.
Un eco, desde el aire, me avisa que allí permaneces,
y que sufres y que gozas y que mueres sin sentirlo siquiera;
que estás en el principio de las cosas;
que el dolor se reduce entre los pétalos de tus manos
y que no tienen sentido entre tus labios las palabras
pequeñas.
Luis Fabio Xammar