Amor y compasión son dos términos muy ambiguos; podemos
interpretarlos de muchas maneras. Generalmente, en nuestras vidas nos acercamos
a las cosas con una actitud codiciosa, tratamos de aferrarnos a diversas
situaciones para lograr seguridad propia. Puede que veamos a alguien como
nuestro bebé, o podría ser que quisiéramos considerarnos a nosotros mismos como
niños indefensos y quisiéramos meternos en el regazo de otro. Este regazo
podría pertenecer a una persona, a una organización, a la comunidad, al
maestro, a alguna figura paterna. Las llamadas “relaciones de amor” usualmente toman
una de estas dos formas. O nos están alimentando o alimentamos a otros. Éstas son
formas falsas, torcidas, del amor y la compasión. El deseo de comulgar –el que
queramos “pertenecer”, ser el niño de alguien, o que queramos que otros sean
nuestros niños- es un instinto que parecer ser poderosísimo. Un individuo o una
organización o institución o cualquier cosa puede convertirse en nuestro bebé;
lo meceríamos en nuestros brazos, le daríamos de beber leche, lo estimularíamos
en su crecimiento. O podría ser que la organización fuese la gran madre que nos
alimenta continuamente. Sin nuestra “madre” no podemos existir, no podemos
sobrevivir. Estas dos formas de manifestación pueden aplicarse a cualquier energía
vital que tenga la capacidad de entretenernos. Esta energía puede ser tan
sencilla como una amistad casual o como una actividad excitante que quisiéramos
llevar a cabo, y puede ser tan complicada como el matrimonio o el escoger una
carrera. Queremos manejar la excitación a nuestro gusto o queremos ser parte de
ella.
Sin embargo, hay otro tipo de amor y compasión, una tercera
manera: no ser otra cosa de lo que uno es. Uno no se reduce al nivel de un niño
ni exige que otra persona corra a cobijarse en nuestro regazo. Uno es simplemente
lo que es, en el mundo, en la vida. Si uno puede ser lo que es, las situaciones externas serán lo que son, automáticamente. Entonces,
uno se puede comunicar directa y exactamente,
sin abandonarse a ningún tipo de interpretación emocional o filosófica o
psicológica. Esta tercera manera de ser compasivo es un estilo equilibrado de
apertura y comunicación, el cual automáticamente crea un espacio tremendo,
espacio para el crecimiento creativo, espacio en el que se pueda bailar y pueda
haber intercambio.
Compasión significa no jugar el juego de la hipocresía y el
autoengaño. Por ejemplo, si queremos algo de alguien y le decimos “te amo”, a
menudo lo que esperamos es llegar a convencerlo de que se pase a nuestro
territorio, a nuestro lado. Este tipo de amor proselitista tiene serias
limitaciones. “¡Deberías amarme, aunque me odies; porque yo estoy lleno de
amor, ebrio de amor, estoy completamente embriagado!” ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente
que la otra persona debería entrar resueltamente en nuestro territorio, porque
decimos que la amamos, que no le vamos a hacer daño. Esto es muy dudoso. Ninguna
persona inteligente se va dejar seducir con este truco. “Si de veras me quieres
como soy, ¿por qué me pides que entre en tu territorio? ¿por qué esta cuestión
del territorio y estas exigencias? ¿qué esperas de mí? Si accedo a entrar en tu
territorio de “amor”, ¿cómo puedo saber que no me vas a dominar, que no vas a
crear una situación claustrofóbica con tus exigencias opresivas de amor?”
mientras el amor traiga consigo alguna exigencia territorial, los demás
sospecharán de esta actitud “amorosa” y “compasiva”. ¿Cómo podemos asegurarnos
de que el banquete que se nos sirve no ha sido emponzoñado? ¿es esta apertura
la de una persona egocéntrica o es verdadera apertura total?
La característica fundamental de la compasión verdadera es
la apertura pura e intrépida que no tiene limitaciones territoriales. No hace
falta ser amoroso y bondadoso con el prójimo, no hace falta hablar con palabras
dulces y mostrar una sonrisa amable. Este jueguito no viene al caso cuando se
trata de compasión verdadera. De hecho, resultaría embarazoso. La apertura
verdadera tiene lugar a una escala mucho mayor,
una escala radicalmente grande y abierta, una escala universal. La compasión
debe significar para uno el ser tan adulto como se pueda mientras se mantiene
una actitud de niño. En las enseñanzas budistas el símbolo de la compasión es
la luna que brilla en el cielo y se refleja en cien tazas de agua. La luna no
exige: “si te abres a mí, te haré un favor y brillaré dentro de ti”. La luna
meramente brilla. Lo importante no es el querer beneficiar o hacer feliz a
alguien. No hay un auditorio. No hay “yo” ni “ellos”. Se trata de un regalo
abierto, generosidad cabal sin los conceptos relativos de dar y recibir. Esta es
la apertura básica de la compasión: abrirse sin exigir. No ser otra cosa que lo
que uno es, ser el amo de la situación (…)
Chögyam Trungpa Rimpoché
Más allá del materialismo espiritual
Chögyam Trungpa Rimpoché
Más allá del materialismo espiritual
No hay comentarios:
Publicar un comentario