Cielos de Abril, de Juan L.

Ah, como una música os desplegáis,
o sonreís, o cambiáis, o morís entre la lejanía de los vapores bajos.
Cielos, sois una música. No sois todavía el pensamiento
ni la alta serenidad.
Cambiáis en movimientos de una armonía encantadora,
aunque son los acordes suaves los que más os gustan:
matices de celeste, cómo cantan o suspiran,
o se doblan ahondados en la minuciosa mirada del agua.
Cielos, sois una música, y no estaba atento a vuestra llegada,
pero os hicisteis oír, como en la sombra angustiada de la noche
en la angustia esperanzada del día que ha de alzarse en vuelo seguro detrás del bosque,
se oye un canto que se afirma y llena de pronto toda la sombra.
Pero, no! Vuestra música llena la misma luz con su dulzura ondulante,
la luz viva y real, llena de milagros y de luchas,
de misterios apasionados,
que componen también una sinfonía,
nuestra sinfonía, llena de nobleza y dignidad,
porque se abre sobre la riqueza ilimitada de la creación humana,
sobre el rico jardín de los destinos futuros,
libres al fin o fieles a su ritmo,
a su íntima medida, musical y sagrada.

Juan L. Ortiz

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