VII
Mi canto se ha despojado de sus adornos. No pongo en él mi orgullo. Los ornamentos entorpecerían nuestra unión; se interpondrían entre nosotros y el ruido de su roce llegaría a ahogar tus murmullos.
Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti. ¡Oh Maestro Poeta, yo me he sentado a tus pies! Quiero hacer de mi vida algo simple y recto, como una flauta de caña que tú puedas llenar de música.
XI
¡Deja tus rosarios, cesa en tus cantos y tus salmos! ¿A quién crees honrar en este sombrío rincón solitario de un templo que tiene sus puertas cerradas? Abre los ojos y comprueba que tu Dios no está ante ti.
Está donde el labrador cultiva la dura tierra; y al borde del camino donde trabaja el peón caminero. Está con ellos bajo el sol y la tormenta; su vestido está cubierto de polvo. Despójate de tu piadoso manto, y como El, desciende también al polvo.
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