En caso de que la cólera vuelva a convertirse en un obstáculo para el pensamiento y la acción creativa, conviene suavizarla o modificarla. En las mujeres que se han pasado un considerable periodo de tiempo superando un trauma, tanto si este se debió a la crueldad, el olvido, la falta de respeto, la temeridad, la arrogancia, o la ignorancia de alguien, como si se debió simplemente al destino, llega un momento en que hay que perdonar para que la psique pueda liberarse y recuperar su estado normal de paz y serenidad.
Cuando una
mujer tiene dificultades para dar rienda suelta a la cólera o la rabia, ello
suele deberse a que utiliza la cólera para fortalecerse. Y, si bien tal cosa
pudo haber sido oportuna al principio, más tarde la mujer tiene que andarse con
cuidado, pues una cólera permanente es un fuego que acaba quemando su energía
primaria. La persistencia en dicho estado es algo así como pasar
vertiginosamente por la vida y tratar de vivir una existencia equilibrada
pisando el acelerador hasta el fondo.
Sin embargo,
el ardor de la cólera no se tiene que considerar un sucedáneo de una vida
apasionada. No se trata de la vida en su plenitud; es una actitud defensiva que
cuesta mucho mantener cuando esa actitud ya no es necesaria para protegerse. Al
cabo de algún tiempo, la cólera arde hasta alcanzar unas temperaturas
extremadamente altas, contamina nuestras ideas con su negro humo, y obstruye
otras maneras de ver y comprender.
Pero no
pienso mentir descaradamente y decirle a una mujer que hoy o la semana que viene
podrá eliminar toda su cólera y esta desaparecerá para siempre. La ansiedad y
el tormento del pasado afloran en la psique con carácter cíclico. Aunque una
profunda purificación elimina buena parte del dolor y la antigua cólera, el
residuo jamás se puede borrar por completo. Tiene que dejar unas ligeras
cenizas, no un fuego devorador. Por consiguiente, la limpieza de la cólera
residual debe convertirse en un ritual higiénico periódico que nos libere, pues
el hecho de llevar la antigua cólera más allá del extremo hasta el que nos
podía ser útil equivale a experimentar una constante ansiedad, por más que
nosotras no seamos conscientes de ella.
A veces la
gente se confunde y cree que el hecho de quedarse atascada en una antigua
cólera consiste en armar albortoo, alterarse y arrojar objetos por ahí. En la
mayoría de los casos no consiste en eso. CONSISTE MÁS BIEN EN UNA PERENNE
SENSACIÓN DE CANSANCIO, EN ANDAR POR LA VIDA BAJO UNA GRUESA CAPA DE CINISMO,
EN DESTROZAR TODO AQUELLO QUE ES ESPERANZADOR, TIERNO, PROMETEDOR. CONSISTE EN TENER MIEDO DE PERDER ANTES DE
ABRIR LA BOCA. CONSISTE EN ALCANZAR POR DENTRO EL PUNTO DE IGNICIÓN TANTO SI SE
NOTA POR FUERA COMO SI NO. Consiste en observar unos irritados silencios de
carácter defensivo. Consiste en sentirse desvalida. Pero hay un medio de salir
de esta situación y este medio es el perdón.
“Ah, ¿el perdón?”, dices. Cualquier cosa
menos el perdón, ¿verdad? Sin embargo, tú sabes en lo más hondo de tu corazón
que algún día, en algún momento, llegarás a ello. Puede que no ocurra hasta el
momento de la muerte, pero ocurrirá. Piensa en lo siguiente: muchas personas
tienen dificultades para conceder el perdón porque les han enseñado que se
trata de un acto singular que hay que completar en una sola sesión. Pero no es
así. El perdón tiene muchas capas y muchas estaciones. En nuestra cultura se
tiene la idea de que el perdón ha de ser al ciento por ciento. O todo o nada.
También se nos enseña que perdonar significa pasar por alto, comportarse como sí
algo no hubiera ocurrido. Tampoco es eso.
La mujer que es capaz de otorgar a alguien o
a algo trágico o perjudicial un porcentaje de perdón del noventa y cinco por
ciento es casi digna de la beatificación cuando no de la santidad. Un setenta y
cinco por ciento de perdón y un veinticinco por ciento de “No sé si alguna vez
podré perdonar del todo y ni siquiera sé si lo deseo” es más normal. Pero un
sesenta por ciento de perdón acompañado de un cuarenta por ciento de “No sé, no
estoy segura y todavía lo estoy pensando” está decididamente bien. Un nivel de
perdón del cincuenta por ciento o menos permite alcanzar el grado de obras en
curso. ¿Menos del diez por ciento? Acabas de empezar o ni siquiera lo has
intentado en serio todavía.
Pero, en cualquier caso, una vez has
alcanzado algo más de la mitad, lo demás viene por sus pasos contados, por
regla general con pequeños incrementos. Lo más importante del perdón es empezar
y continuar. El cumplimiento es una tarea de toda la vida. Tienes todo el resto
de la vida para seguir trabajando en el porcentaje menor. Está claro que, si
pudiéramos comprenderlo todo, todo se podría perdonar. Pero la mayoría de la
gente necesita permanecer mucho tiempo en el baño alquímico para llegar a eso.
No importa. Contamos con la sanadora y, por consiguiente, tenemos la paciencia
necesaria para cumplir la tarea.
Algunas personas, por temperamento innato,
pueden perdonar con más facilidad que otras. En algunas se trata de un don,
pero en la mayoría de los casos es un don que hay que aprender tal como se
aprende una técnica. Parece ser que la vitalidad y la sensibilidad esenciales
afectan a la capacidad de pasar por alto las cosas. Una fuerte vitalidad y una
alta sensibilidad no siempre permiten pasar fácilmente por alto las ofensas. No
eres mala si te cuesta perdonar. Y no eres una santa si lo haces. Cada cual a
su manera y todo a su debido tiempo.
Sin embargo, para poder sanar realmente,
tenemos que decir nuestra verdad, no sólo nuestro pesar y nuestro dolor sino
también los daños, la cólera y la indignación que se provocaron y también qué
sentimientos de expiación o de venganza experimentamos. La vieja curandera de
la psique comprende la naturaleza humana con todas sus debilidades y otorga el
perdón siempre y cuando se le diga la pura verdad. Y no sólo concede una
segunda oportunidad sino que muy a menudo concede varias oportunidades.
Veamos ahora cuáles son los cuatro niveles
del perdón. Estas fases las he desarrollado y utilizado en mi trabajo con
personas traumatizadas a lo largo de los años. Cada nivel tiene varios
estratos. Se pueden aplicar en el orden que uno quiera y durante todo el tiempo
que desee, pero yo los he dispuesto en el orden en el que animo a mis clientes
a empezar a trabajar.
Las cuatro fases del perdón
1. Apartarse — Dejar correr
2. Tolerar — Abstenerse de
castigar
3. Olvidar — Arrancar del
recuerdo, no pensar
4. Perdonar — Dar por pagada la
deuda
Pinkola
Estés, Clarisa
Mujeres que
corren con los lobos
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