Nada se opone a la noche



Me doy cuenta cada día que pasa de lo difícil que es escribir sobre mi madre, acotarla con palabras, y de lo mucho que echo de menos su voz.
Lucile nos habló poco de su infancia. No contaba de ella. Hoy pienso que era su forma de escapar a la mitología, de rechazar la parte de fabulación y de reconstrucción narrativa que abrigan todas las familias.
No tengo ningún recuerdo de que mi madre me haya ofrecido escuchar de su boca los distintos acontecimientos que marcaron su infancia, quiero decir habiéndolos evocado relatándolos con el yo, que nos hubiera permitido acceder, al menos en parte, a su visión de las cosas. Lo que en el fondo me falta es su punto de vista, las palabras que hubiese elegido, el orden de importancia que hubiese atribuido a los hechos, sus propios detalles. A veces evocaba esas cosas, la muerte de Antonin, la de Jean-Marc, las fotos de la niña vedette que fue, la personalidad de Liane o la de su padre, las evocaba con una violencia cierta, pero fuera de toda narración, de todo contexto, como si lanzara piedras para golpearnos de lleno o quizá para desembarazarse de lo peor.
Intento sin embargo reconstruir su visión a partir de fragmentos que ofreció a unos y a otros, a Violette, poco antes de su muerte, a mi hermana Manon, a veces a mí. Recompongo, es verdad, relleno vacíos, lo arreglo a mi manera. Me alejo un poco más de Lucile queriendo acercarme a ella.

Delphine De Vigan

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