(…) De la confusa mezcla de estas ocurrencias, crece ante
Teresa una idea blasfema de la que no puede librarse: el amor que la une a
Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. Mejor, no mayor. Teresa
no quiere culpar a Tomás ni culparse a sí misma, no pretende afirmar que
pudieran quererse más. pero le da la impresión de que la pareja humana está
hecha de tal manera que su amor es a priori de peor clase de la que puede ser
(al menos en su caso, que es el mejor) el amor entre una persona y un perro,
esa extravagancia en la historia del hombre, probablemente no planeada por el
Creador.
Es un amor desinteresado: Teresa no quiere nada de Karenin. Ni
siquiera le pide amor. Jamás se ha planteado los interrogantes que torturan a
las parejas humanas ¿me ama?, ¿ha amado a alguien más que a mí?, ¿me ama más de
lo que yo le amo a él? Es posible que todas estas preguntas que inquieren
acerca del amor, que lo miden, lo analizan, lo investigan, lo interrogan,
también lo destruyan antes de que pueda germinar. Es posible que no seamos
capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el
otro nos dé algo (amor) en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer
sólo su mera presencia.
Y algo más: Teresa aceptó a Karenin tal como era, no
pretendía transformarlo a su imagen y semejanza, estaba de antemano de acuerdo
con su mundo canino, no pretendía quitárselo, no tenía celos de sus aventuras
secretas. No lo educó porque quisiera transformarlo (como quiere el hombre
transformar a su mujer y la mujer a su hombre), sino para enseñarle un idioma
elemental que hiciera posible la comprensión y la vida en común. (…)
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