Otra vez la tierra

Yo tampoco sé nunca por qué me maravillas.

Te voy mirando y siento que mis ojos son húmedas semillas transparentes,
que dentro de ellos duerme tu silencio más grávido
y pares la granada de candor del rocío.

A veces tiendes desde tu vientre mineral más oscuro
el ademán sonámbulo invisible del imán, mano de tu memoria, y me acaricias.
Entonces cuento a todos que tú me has recordado,
que en mi barba se mueve tu corazón como un humo levísimo
y como un sueño que anda me fundo en el crepúsculo.

Me quedo viéndote lagrimear añares en la iguana,
crecer desde su cáscara de ananá madurando
y es como si sintiera moverse entre mis manos
amarillenta y vieja y melancólica la yema del otoño.

Hay noches en que el hombre vaciándose en un grito
parte como con sangre medio a medio tu monte.
Entonces te posee entre los griteríos de los pájaros,
llena de sed la boca, el pelo de hojarasca estrujada,
sorbiéndote la piel hasta endulzarse entero.

Lejos, entre en viento y la escoria cariada de la piedra, en La Poma,
te ablandas en la lana leve de los pastores.
Yo les hablo escarbando lo que callan. Les digo que te olviden
y ellos desde sus calles solas miran enmudecidos
el pedregal que cavan las uñas de sus muertos.

Otros días estallas en sus pechos cantando,
los mojas con tu savia golpeándolos con flores coloradas,
los paras en la danza con que te enguirnalda su alegría,
te hacen enternecer y te enamoran
hasta que yacen todos embriagados.

Tú, dormida,
los amamantas como a tu primer hijo, todavía.


Nunca sabré por qué me maravillas.

Manuel J. Castilla

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