derroche (Murakami, en Baila, baila, baila)

Como no había desayunado, antes de las doce fui al vagón restaurante y almorcé. Comí una tortilla francesa acompañada de una cerveza. Frente a mí se había sentado un hombre de unos cincuenta años, trajeado y con corbata, que bebía, cómo no, una cerveza y comía un sándwich de jamón. Tenía pinta de ingeniero y, de hecho, lo era. Se dirigió a mí y se presentó como ingeniero encargado del mantenimiento de aeronaves en la Fuerzas Armadas de Autodefensa. Luego me dio una clase sobre las incursiones de bombarderos y cazas soviéticos en el espacio aéreo nipón. La ilegalidad de esas violaciones del espacio aéreo parecía traerle sin cuidado. Lo que sí le preocupada, en cambio, era la autonomía del F-4 Phantom. Me explicó cuánto consumía en un despegue de emergencia. Era un derroche de combustible, dijo. “Si los fabricara una empresa de aeronáutica japonesa, saldrían mucho más económicos. Nosotros podríamos fabricar un caza más económico y con las mismas prestaciones”.

Entonces yo le dije que, en la sociedad capitalista, el derroche es la mayor virtud. Comprándole cazas Phantom a Estados Unidos y despilfarrando combustible con despegues de emergencia, Japón contribuía al aceleramiento de la economía mundial, lo cual a su vez provocaba un crecimiento del capitalismo. Si se dejase de derrochar de golpe, se produciría una Gran Depresión y la economía mundial se iría a pique. Añadí que el derroche era el combustible de las contradicciones, que las contradicciones revitalizaban la economía y que esa revitalización producía aún más derroche.

Tras reflexionar unos instantes, el hombre me contestó que quizá tuviera razón, pero que debido a que de pequeño había vivido la guerra y la consiguiente extrema escasez, le costaba figurarse una imagen real del funcionamiento de la sociedad actual.

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