Canto a la libertad

Hacerla nuestra,
permanente y vibrante; diseminada
por el trueno y la lluvia:
frenética en distantes territorios,
en helechos fluviales;
sonora en nuestro pecho, iluminada,
semilla insustituible, espiga virgen.

La libertad no yace como la ven algunos,
ni está herida ni rota,
ni su presencia virgen sangrante como creen.
Nacida con el hombre, a veces demolida
por espadas feroces, por espantos
pero yacente nunca como la quieren manos
de pus y corrompidas.

Linaje presenciado,
nos golpea por dentro de la sangre,
lluvia vertiginosa y ascua ardida,
repetida y eterna.
Fugaz, mas ausente,
palpitante en el alma se nos queda,
y una flor y otra flor no igualan nunca
su estirpe inolvidable.

Roto eslabón rodado,
embestida por manos macilentas
que levantan su cólera, su furia,
su inconsistencia bárbara;
golpeada por traidores,
escupida,
cayendo en la desgracia y enlutada,
aunque a pesar de todo enhiesta en las corolas,
en la imagen tenaz de las arquitecturas,
en todo lo visible y permanente,
y en el rumor de la ola.

Nuestro deber: asirla,
recoger su simiente cuando ondulado pasa
por el amor y el sol de los boscajes,
y se pierde en el viento como un respiro fiero
de fuerza y energía.

Golpeándose nos llega, densa de aurora sobria,
por indomables ráfagas,
en perpetua vigilia.

¡Pasiones!
¡Vestirnos de energía por hacerla
nuestra y definitiva!

Que está en nosotros,
en el sendero abierto de las venas
llamando a presenciarla.

Ella misma lo sabe. Ella misma lo dijo
cuando el hombre nacía:
-Mi sangre por tu sangre.
Mientras yo viva: vives.
Cuando yo muera: mueres.

E. Romero.

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